PATAGOTITAN MAYORUM, EL DINOSAURIO MÁS GRANDE DEL MUNDO

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El dinosaurio más grande del mundo que fue hallado en 2013 en la Patagonia argentina llevaba cuatro años siendo un gigante anónimo, ahora por fin, lo han bautizado como Patagotitan mayorum. Desde 2016, una réplica de este titanosaurio se puede visitar en el Museo Americano de Historia Natural en Nueva York.

El estudio que ha puesto nombre el titanosaurio ha sido publicado en la revista científica “Proceedings of the Royal Society B”. En él, los investigadores explican de dónde viene el nombre que le han puesto: “Patago”, de patagonia, donde fue hallado, “titan” en honor a los dioses griegos que representan la fuerza y el tamaño, y “mayorum” en honor a los dueños del rancho en el que fueron hallados los restos, los Mayo.

En el estudio también se han revelado datos sobre esta especie de dinosaurio que habitó la Tierra hace 101 millones de años. Este ejemplar en concreto podría haber pesado hasta 69 toneladas y alcanzado los 40 metros de largo. Estos datos lo convierten en uno de los animales más grandes que haya caminado por la superficie de nuestro planeta.

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Según explica a SINC el paleontólogo argentino, José Luis Carballido, uno de los investigadores del estudio e investigador del Museo Paleontológico Egidio Feruglio: “Por lo general, los hallazgos paleontológicos se hacen en silencio y se dan a conocer a la comunidad muchos años después del descubrimiento a través de la publicación científica de un artículo. Pero esta vez intentamos algo nuevo. Lo hicimos al revés”.

“Primero acercamos a la sociedad la paleontología al mantenerlos al tanto de cada paso de la investigación, para que comprendan el trabajo de fondo y la importancia de la preservación del patrimonio nacional. Y ahora publicamos el primero de una serie de artículos sobre el titanosaurio”

“Ya para la segunda campaña, nos dimos cuenta de que los huesos que iban apareciendo correspondían a diferentes individuos de una misma especie, que habían muerto en diferentes momentos, con varios años de diferencia tal vez. Además, analizando los huesos nos llamó la atención que todos los individuos eran animales adultos, pero jóvenes. Aún estaban creciendo lentamente. Si uno tuviera que compararlos con un humano, sería una persona de 18 años”, cuenta Carballido.

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Carballido también ha contado que los miembros anteriores de estos animales eran más cortos que los posteriores y que muy probablemente caminarían con el cuello paralelo al suelo, esto podría significar que no tenían el cuello tan largo para comer alimentos en zonas altas de los árboles, si no que les serviría para poder comer en una área muy gran sin prácticamente mover el cuerpo.

Aún quedan muchos misterios por resolver respecto a este hallazgo, tanto sobre el animal como sobre la zona. Por aquel entonces, esa región de la Patagonia argentina estaba repleta de árboles y vegetación, pues era una zona fangonosa en la que se formaban pequeñas lagunas o charcos de agua. Resulta curioso que se hallen juntos tantos ejemplares de dinosaurios, lo cual hace pensar que podría ser un cementerio de dinosaurios al que acudían estos animales a morir.

No parece que hubieran sido arrastrados por ninguna corriente, ni que hubieran quedado atrapados en el terreno lodoso. Aunque si existe otra hipótesis apunta a que estos animales gigantes podían llegar a la zona en manadas para beber y comer y que algunos ejemplares se desplomaran al llegar, quedando a merced de los dinosaurios carroñeros, como los Tyrannotitan chubutensis, que perdían algún diente al toparse con la piel gruesa de estos dinosaurios.

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Tyrannotitan chubutensis.

Son muchos los misterios que quedan por resolver, pero todo forma parte del encanto de la historia del descubrimiento del gigante Patagotitan mayorum, uno de los animales más grandes que ha pisado la Tierra.

LOS GRANDES DINOSAURIOS HERBÍVOROS DESARROLLARON ARMADURA Y CAMUFLAJE

Asi-vivian-dinosaurios-y-cocodrilos-en-el-yacimiento-de-Lo-Hueco-en-Cuenca_image800_El dinosaurio hervíboro Borealopelta markmitchelli, que pesaba alrededor de 1,3 toneladas, además de un cascarón, con clavos en la parte trasera, tenía una coloración protectora. Los investigadores encontraron rastros de melanina en la capa orgánica delgada, que cubría las placas traseras. La investigación fue publicada en la revista Current Biology.

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En 2011, en las arenas aceiteras, en la provincia canadiense de Alberta, trabajadores descubrieron los restos de un dinosaurio. Se conservó solo la parte frontal del animal, pero en excelentes condiciones. Además del esqueleto, los científicos encontraron la piel, escudos de protección con picos que cubrían la parte posterior del animal, y parte de los tejidos blandos. Se conserva incluso una película orgánica delgada, que se formó a partir de una capa de queratina que cubría el cascarón.

Los investigadores estudiaron la capa orgánica que cubre la parte posterior del  dinosaurio, mediante la técnica de espectrometría de masas. En la película, descubrieron moléculas orgánicas con nitrógeno, azufre y oxígeno, que son productos de desintegración de las diferentes formas de la melanina. Los investigadores concluyeron que el dinosaurio llevaba una coloración protectora – su cascarón estvo cubierto con manchas de color rojo-marrón.

Los científicos señalan que el borealopelta era más grande que la mayoría de los mamíferos modernos, que tienen una coloración protectora. Como se sabe, los más grandes mamíferos herbívoros de los que viven hasta hoy -el elefante y el rinoceronte – no tienen «camuflaje», ya que los depredadores rara vez intentan cazarlos.

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Hace 110 millones de años, la situación era diferente. En Alberta y el norte de Estados Unidos también encontraron huellas y fósiles de grandes dinosaurios depredadores, incluyendo el Acrocanthosaurus gigante. Este fue uno de los depredadores más grandes que jamás existieron en la Tierra. Los científicos estiman que su altura pudo llegar a los 10 metros, y el peso a seis toneladas. Vivió en el mismo período que el borealopelta, hace unos 125-109 millones de años atrás. Los autores señalan que, dado el tamaño de los depredadores del período Cretácico, se entiende porqué incluso los grandes herbívoros de la época tuvieron que utilizar diferentes estrategias de defensa.

En mayo de este año, los paleontólogos descubrieron en Montana, EE. UU., un pariente cercano del nodosaurus – Ankylosaurus. El gigante hervíboro de seis metros se parecía a Zuul, de la película «Cazafantasmas». Por ello al nuevo tipo de dinosaurio fue llamado en su honor – Zuul crurivastator.

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ARMAS DEL TIGRE DIENTES DE SABLE

Los tigres dientes de sable llevaban en las mandíbulas un arma de doble filo. Estos animales presentan un gran ejemplo de cómo funciona la evolución. La selección natural fue modelando un cuerpo, una dentadura y una constitución especializada en matar grandes presas hasta dar con soluciones aparentemente perfectas. Una de ellas era poder abrir la boca casi 180 grados para poder morder a sus presas, aunque su mordisco era menos fuerte que el de un león. Estos mamíferos extintos tenían una forma muy diferente de matar a sus presas que los felinos actuales. Sus alargados y aplanados colmillos eran perfectos para causar una muerte rápida al atravesar las arterias y la tráquea o incluso los pulmones si mordían por el costado. En cambio, los grandes felinos de la actualidad matan por asfixia, mordiendo el cuello de la presa y aguantando el bocado durante largos y peligrosos minutos de agonía.

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Los colmillos de los dientes de sable también tenían un punto débil. Eran más frágiles que los caninos cónicos de los felinos actuales. El análisis de un buen número de especímenes de smilodon —los dientes de sable que vivieron en América hasta hace unos 10.000 años— ha demostrado que estos félidos partían los colmillos con mucha más frecuencia que los actuales. La razón de este problema no está clara. Algunos expertos creen que se debe a la violencia inherente de la caza, especialmente porque los dientes de sable eran especialistas en abatir mamuts, mastodontes, perezosos gigantes y otras especies de megafauna durante la última era glacial. La otra opción es que las roturas de caninos indiquen una creciente falta de presas que llevó a los dientes de sable a comer huesos y no solo carne, como hacían habitualmente, y sus dientes no lo aguantasen bien.

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Lo que está claro es que estos animales también desarrollaron un segundo arma para evitar perder la dentadura. “En paralelo a los cambios en las mandíbulas hubo un segundo paso, desarrollar huesos cortos y más anchos capaces de soportar grandes músculos para inmovilizar a las presas de mayor tamaño, como los paquidermos, antes de asestarles el mordisco fatal”, explica Paul Palmqvist, paleontólogo de la Universidad de Málaga. “Hasta ahora se pensaba que ese desarrollo había afectado solo a las extremidades delanteras”, añade.

Alberto Martín-Serra. Borja Figueirido y Palmqvist han analizado cientos de huesos de 10 felinos actuales y 10 dientes de sable extintos de tres grupos diferentes. Los resultados del estudio, publicados en Journal of Anatomy,desvelan que los dientes de sable también desarrollaron unas patas traseras más potentes. Posiblemente esto también era una adaptación a la caza para saltar sobre las presas y colgarse de ellas. Además, este hecho muestra que los repertorios de formas y adaptaciones con los que trabaja la naturaleza no son infinitos. “La conclusión que sacamos es que durante la evolución se dan cambios concertados, unos conllevan los otros y hay limitaciones en las variantes sobre las que puede trabajar la selección natural”, explica Palmqvist.

Es posible, continúa el paleontólogo, que la formidable anatomía de estos depredadores contribuyese a su desaparición final. “Precisamente se extinguieron por estar tan especializados en cazar presas grandes. La extinción de la megafauna fue la razón de la desaparición de los dientes de sable, así como los osos gigantes” y otros depredadores especialistas en estas presas, concluye Palmqvist. Los ancestros de los lobos y los grandes felinosdonde-vive-el-leon, más versátiles, aún siguen aquí.

NUEVA ESPECIE DE MAMÍFERO EN LA ANTÁRTIDA DE 50 MA

La nueva especie, bautizada como Notiolofos regueroi, tenía el tamaño semejante a una oveja. Paleontólogos argentinos realizaron el hallazgo en la Isla Marambio, al este de la Península Antártica.
El doctor Javier N. Gelfo, investigador del CONICET y del Museo de La Plata, comentó a la Agencia CTyS-UNLaM que la “nueva especie pertenece al grupo de los Litopterna, es decir, al mismo grupo de la Macrauchenia patachonica que había sido descubierta por Darwin en 1834 y a la que hace poco le logramos extraer el ADN mitocondrial”.

“A diferencia de la macrauchenia, que es el último representante de este grupo de los Litopterna, Notiolofos regueroi es uno de los primeras especies de este mismo grupo, con una antigüedad de de 50 millones de años aproximadamente”, agregó.
Gelfo contó que realizó este hallazgo junto a la investigadora Carolina Acosta Hospitaleche del MLP-CONICET durante la campaña antártica de 2016: “Descubrimos solo un diente, el último molar inferior, pero fue lo suficientemente informativo como para estudiarlo y reconocer que pertenecía a una nueva especie”.
“Es muy interesante estudiar la historia biológica de la Antártida, porque, en la actualidad, es el único lugar del mundo donde no existen vertebrados terrestres”, manifestó Gelfo. Y consideró: “No solo que no existen mamíferos terrestres, sino tampoco aves terrestres ni reptiles; todos los vertebrados están vinculados al ambiente marino”.
Los pocos mamíferos de la Antártida en la actualidad son cetáceos, como las ballenas, y pinnípedos como los elefantes marinos, los cuales se nutren y alimentan en el mar. Pero, hace 50 millones de años, había una conexión terrestre entre Australia, la Antártida y la Patagonia que permitía un flujo de fauna terrestre en ambas direcciones.

El investigador detalló que a la nueva especie descubierta en la Isla Marambio se le conoce un pariente muy próximo: “A Notiolofos regueroi, que pesaba entre 25 y 50 kilos, le conocemos un pariente próximo, Notiolofos arquinotiensis, descripto en el 2006 y que es de su misma antigüedad, pero que era mucho más grande, porque podía llegar a pesar hasta 500 kilos”.
Notiolofos regueroi y su cercano pariente de mucho mayor tamaño vivieron durante el Eoceno, un momento particular en la historia evolutiva del Planeta. “En aquel entonces, aun había contacto terrestre con la Patagonia y la temperatura en la Antártida era propicia para la existencia de animales terrestres”, aseveró Gelfo.
Pero, hacia el final del Eoceno, en un momento que se conoce como límite Eoceno-Oligoceno, hace unos 30 millones de años, acontece la formación de los primeros grandes glaciares en la Antártida y ahí comienza una merma en las especies por el descenso de la temperatura.
“Hoy hablamos de deterioro climático por subas de la temperatura y, en aquel momento, el deterioro se produjo por un enfriamiento muy marcado y la aparición paulatina de glaciares sobre el continente antártico”, analizó Gelfo. Y continuó: “De continuar el calentamiento global, se modificaría la fisonomía de la Antártida, hoy cubierta de hielo, y surgirían espacios apropiados para la colonización de nuevos grupos”.
Claro que, indicó Gelfo, este cambio significaría un ascenso importante del nivel de los mares, por lo que la mayoría de las ciudades costeras de la actualidad quedarían bajo el agua y esto provocaría un trastorno intenso en nuestras sociedades.
El nombre de la nueva especie, Notiolofos regueroi, incluye un reconocimiento al doctor Marcelo Reguero, investigador del Instituto Antártico Argentino y director de las campañas paleontológicas a la Antártida, según comentó Javier N. Gelfo, autor principal del estudio publicado en Antarctic Science.

El hallazgo no solamente radicó en el descubrimiento de una nueva especie, sino también en el hallazgo de una nueva localidad paleontológica. “Encontramos un nuevo sitio paleontológico en la Isla Marambio, llamado técnicamente IAA-2/16 por las siglas del Instituto Antártica Argentino, el número de la localidad y el año en que fue descubierta, 2016”, precisó el paleontólogo.
“Fuimos allí nuevamente en la campaña de este año, pero las condiciones climáticas no ayudaron, porque hubo muchas nevadas a partir de enero”, contó Gelfo. Y aclaró: “Si bien ya había pasado gente antes que nosotros por ese sitio, nunca se había encontrado fósiles de mamíferos allí y por ese motivo es que es, ahora, pasó a ser una nueva localidad paleontológica”.

NUEVO ESTUDIO DEMUESTRA QUE EL T-REX NO PODÍA CORRER

Científicos de la Universidad de Manchester han comprobado que el tamaño y peso de T. rex significa que no podía moverse a alta velocidad, ya que los huesos de las piernas se habrían venido abajo bajo su propia carga de peso.
La investigación estudia ampliamente la marcha y la biomecánica del dinosaurio más famoso del mundo y, utilizando la última tecnología informática de alto rendimiento de N8 High Performance Computing (HPC), ha creado un nuevo modelo de simulación para probar sus hallazgos.
Dirigidos por el profesor William Sellers de la Escuela de Ciencias de la Tierra y del Medio Ambiente, los investigadores han combinado dos técnicas biomecánicas separadas, conocidas como análisis dinámico de múltiples cuerpos (MBDA) y análisis del estrés esquelético (SSA), en un modelo de simulación.
Sellers dice que los resultados demuestran cualquier tipo de carrera para T. rex probablemente conduciría a «cargas esqueléticas inaceptablemente altas». Lo que significa, en términos sencillos, que cualquier carrera simplemente rompería las piernas del dinosaurio.
Esto contradice las velocidades de funcionamiento predichas por modelos biomecánicos previos que pueden sugerir hasta 70 kilometros por hora.
Explica Sellers: ‘La capacidad de correr de T. rex y otros dinosaurios gigantes similares ha sido intensamente debatida entre paleontólogos durante décadas. Sin embargo, diferentes estudios utilizando diferentes metodologías han producido una amplia gama de estimaciones de velocidad máxima y decimos que es necesario desarrollar técnicas que puedan mejorar estas predicciones».
«Aquí presentamos un nuevo enfoque que combina dos técnicas biomecánicas separadas para demostrar que los verdaderos caminos de marcha probablemente conducirían a cargas esqueléticas inaceptablemente altas en T. rex», explica.
Los resultados también significan que el T. rex no pudo perseguir a su presa en una persecución de alta velocidad como se pensaba anteriormente.
«Estar limitado a las velocidades de caminar contradice los argumentos de la depredación de la persecución a alta velocidad para los dinosaurios bípedos más grandes como el T. rex y demuestra el poder de los enfoques multifísicos para las reconstrucciones locomotoras de animales extintos», añade el investigador.
Aunque la investigación se centra en el T. rex, los hallazgos también significa que correr a altas velocidades probablemente era altamente improbable para otros grandes dinosaurios de dos patas, como Gigantosaurus, Mapusaurus y Acrocanthosaurus.
Sellers añade: «Tyrannosaurus Rex es uno de los animales bípedos más grandes que han evolucionado y caminado por la tierra. Por lo tanto, representa un modelo útil para la comprensión de la biomecánica de otros animales similares. Por lo tanto, estos hallazgos pueden traducirse a otros gigantes de extremidades largas, pero esta idea debe ser probada junto con el trabajo experimental de validación de otras especies bípedas».
El hecho de que T. rex se limitó a caminar también apoya argumentos de un estilo de vida menos atlético. Esto significa que los resultados podrían cambiar la forma en que vemos los efectos de cómo el tamaño y la forma de T. rex y otros grandes dinosaurios bípedos se altera a medida que crecen.
Estudios previos han sugerido que el torso se hizo más largo y más pesado, mientras que las extremidades se hicieron proporcionalmente más cortas y más ligeras a medida que creció T. rex. Estos cambios significarían que las capacidades de funcionamiento de T. rex también cambiarían a medida que el animal crecía con adultos probablemente menos ágiles que los individuos más jóvenes.
Pero Sellers dice que estos nuevos hallazgos demuestran que probablemente no fue el caso y debemos aplicar este nuevo modelo aún más amplio: «Sería muy valioso no sólo investigar la marcha de otras especies, sino también aplicar nuestro enfoque multifísico a diferentes etapas del crecimiento dentro de esa especie».

EOABELISAURUS MEFI Y CAMINOS EVOLUTIVOS DE TIRANOSAURIOS Y ABELISÁURIDOS.

Obviamente los brazos cortos pero gruesos del Tyrannosaurus rex no servían para el combate cuerpo a cuerpo. Pero las extremidades delanteras de los abelisáuridos, del hemisferio sur, estaban aún menos preparadas en ese aspecto. Cuando los tiranosaurios y sus parientes evolutivos deambulaban por América del Norte y Asia, los abelisáuridos ocupaban un nicho ecológico similar en la Patagonia y en otras zonas de Gondwana, un antiguo supercontinente. Eran los depredadores dominantes en el hemisferio sur y se asemejaban a los tiranosáuridos en su aspecto general, pero sus cráneos inusualmente cortos y altos eran únicos. Esta forma anatómica peculiar sugiere que esos animales eran capaces de propinar una mordedura muy potente. En otro aspecto, sin embargo, sus homólogos del Norte estaban mejor equipados. 
Aunque eran bastante cortos, los brazos del Tyrannosaurus rex eran mucho más fornidos que los de los abelisáuridos. Los abelisáuridos eran un grupo muy diverso y ampliamente distribuido durante el Cretácico, pero sus orígenes son todavía un enigma. El material fósil de la Patagonia aporta algunos datos esclarecedores sobre su evolución temprana. El espécimen que trataremos es del Periodo Jurásico, y 40 millones de años más antiguo que cualquier otro abelisáurido conocido. El Paleontólogo Oliver Rauhut de la Universidad Ludwig-Maximilian de Múnich en Alemania y su colega argentino Diego Pol del Museo Paleontológico Egidio Feruglio en Argentina, descubrieron que la tendencia a la reducción paulatina de las extremidades superiores en los abelisáuridos debió comenzar en una etapa temprana de la historia evolutiva del grupo. Rauhut y Pol le dieron el nombre de Eoabelisaurus mefi. 
Este importante fósil revelo que el linaje de los abelisáuridos es más antiguo de lo que se creía. El motivo de que se sepa tan poco de él, es que el registro fósil de los dinosaurios depredadores del hemisferio sur está muy incompleto, especialmente para el período comprendido entre mediados del Jurásico y comienzos del Cretácico. Los investigadores también se sorprendieron al comprobar que el Eoabelisaurus evolucionó en el supercontinente Pangea antes de que éste se fragmentase y acabara dando lugar a los continentes que hoy conocemos. Sin embargo, los abelisáuridos no se distribuyeron globalmente. Una posible explicación, según argumenta Pol, es que un enorme desierto en Pangea Central impidió la dispersión del grupo hacia el norte, confinando su evolución al hemisferio sur. Recientes estudios geológicos, junto con resultados de simulaciones mediante modelos climáticos, apoyan la existencia de tal barrera geográfica.

EL MISTERIO DE LAS PLACAS DEL STEGOSAURUS.

Uno de los grandes misterios sin resolver de la paleontología es la aplicación de las placas óseas del lomo del Stegosaurus. Es un tema muy controvertido que ha sido motivo de debate entre científicos. Pero primero, ¿qué es Stegosaurus?
Es el primer Estegosaúrido descrito y el más grande de su grupo con 9 metros de largo y 4 de altura. Se clasifica dentro de los tireóforos. Vivió en el Jurásico, hace entre 156 y 144 millones de años. Se caracteriza por ser herbívoro, por ser cuadrúpedo y por tener un conjunto de placas óseas a lo largo de su espalda y una cola acabada en 4 espinas.
Pues bien, las espinas de la cola se cree que debieron haber servido como elemento defensivo: se sitúan al final de una cola con músculos fuertes, el hueso que las conforma es macizo, con lo que puede soportar impactos sin romperse. Pero, ¿qué hay de las placas? ¿Qué función podrían tener en un animal del tamaño de un autobús?
Se ha planteado que pudiera ser otro elemento defensivo. Pero si observamos con detenimiento la disposición y la anatomía de estas placas, nos damos cuenta de que están en una zona muy elevada del animal. Para que fuese efectiva contra depredadores debería de estar dispuesta más abajo, defendiendo los costados. A esta teoría también se opone que las placas son delgadas y que un depredador podría romperlas con relativa facilidad. Y finalmente, se han localizado posibles evidencias de vasos sanguíneos en las placas, lo cuál nos abre dos vías posibles:
1.- Las placas podrían haber sido usadas como un modo de termorregulación. Dirigidas hacia el sol, calentarían al animal y, en la sombra, servirían para disminuir la temperatura.
2.- Las placas podrían haber sido un complejo sistema relacionado con las relaciones sociales. Probablemente como un indicativo de buenos genes. También podrían haber servido como un ritual de cortejo, en el que al llenar los vasos sanguíneos de las placas con sangre, podrían tomar colores llamativos que de algún modo pudieran servir para el cortejo.

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Analizando fríamente todas las opciones, podemos observar que, sabiendo que los dinosaurios eran de «sangre templada», sabiendo que su visión les permitía ver colores vivos y tomando como guía la fauna actual, la última teoría es la que actualmente más fuerza tomaría. Siempre recordando que nos basamos en conjeturas y teorías a partir de los restos óseos fosilizados.

EL TIBURÓN MÁS GRANDE QUE HA EXISTIDO CONDENADO POR SU GUSTO POR LAS BALLENAS ENANAS

El Carcharocles megalodon llegaba a los 16 metros de longitud.
Con una mandíbula de hasta 3 metros de ancho que tenía el poder de aplastar un coche pequeño, el megalodon tenía una mordida formidable.
Pero parece que el tiburón más grande que jamás ha vivido prefirió comer «aperitivos» en lugar de presas más sustanciales – y podría haber sido su condena.
Se cree que el Carcharocles megalodon de 16 metros de longitud rondó los océanos del mundo durante unos 14 millones de años antes de desaparecer hace unos 2,6 millones de años.


El análisis de los fósiles de mamíferos marinos que vivieron en los océanos hace aproximadamente 7 millones de años ha proporcionado la visión más detallada sobre el tipo de presa a que se dirigía. Distintivos rasguños y heridas dejadas en los huesos por los enormes y serrados dientes del tiburón sugieren que prefería la caza de ballenas enanas y focas ahora extintas.
«La desaparición del último tiburón de dientes gigantes podría haber sido provocada por el declive y la caída de varias dinastías de ballenas de tamaño pequeño a mediano a favor de las modernas y gigantescas ballenas», dice Alberto Collareta, paleontólogo de la Universidad de Pisa en Italia y autor principal de un nuevo estudio.

Clima helado

Los investigadores creen que el enfriamiento del clima, que causó una caída en los niveles del mar mientras el agua estaba encerrada en las capas polares de hielo y los glaciares, llevó a cambios rápidos en los ambientes costeros donde vivían las pequeñas ballenas. Esto causó que cayera el número de estas ballenas más pequeñas mientras que los cambios favorecieron a las ballenas más grandes del océano abierto que eran demasiado grandes para que las atacara el megalodon.
El clima cambiante también trajo booms estacionales de comida alrededor de los polos, que ayudaron a conducir la evolución de ballenas más grandes – como la jorobada gigante y las ballenas azules de hoy – capaces de hacer las necesarias migraciones a larga distancia para alimentarse. Es posible que el megalodon, más acostumbrado a un hábitat costero más cálido, era incapaz de seguirlas a las aguas más frías.
Collareta y sus colegas examinaron heridas dejadas en fósiles encontrados en los lechos de fósiles de Pisco en Aguada de Lomas, Perú.
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Entre los que llevaban marcas dejadas por los dientes de megalodon se encontraba la mandíbula de una diminuta especie extinta de ballena común llamada Piscobalaena nana y un tipo temprano de foca llamada Piscophoca pacifica. Ambos animales crecieron menos de 5 metros de longitud – debajo de un tercio del tamaño del megalodon.
Pero Dana Ehret, curadora de paleontología del Museo de Historia Natural de Alabama, cree que el megalodon también puede haber atacado ballenas más grandes de vez en cuando.

«He visto un ejemplar de Virginia que aún no ha sido publicado de una ballena balaena bastante grande encontrada con un diente de megalodon clavado encima de una hendidura en el hueso», dice.
Pero añade que no está claro si la ballena estaba viva o muerta cuando el tiburón la atacó. «Podría haber estado alimentándose del cadáver a las ballenas como lo hacen hoy los tiburones blancos modernos», dice Ehret.
Algunos tiburones modernos, sin embargo, se han visto activamente dirigidos a las ballenas gigantes como las ballenas jorobadas.
Catalina Pimiento Hernández, paleontóloga de la Universidad de Zúrich, Suiza, dice que las preferencias dietéticas de los megalodones pueden haber cambiado durante su vida y depender de la zona que habitaban. «Se necesita más trabajo para asegurarse de que los megalodones preferían globalmente a pequeñas presas en lugar de grandes», dice.
La investigación publicada el año pasado sugirió que la competencia de los tiburones blancos, que estaban evolucionando alrededor de este tiempo, y las orcas pueden también haber empujado a la extinción del megalodon.

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UN TESTIGO DE LA ‘EXPLOSIÓN’ QUE ORIGINÓ A LOS ANIMALES

Unos 1.500 fósiles aclaran la posición de un enigmático organismo en el árbol de la vida.

Un zoólogo extraterrestre se habría aburrido como una ostra durante los primeros 4.000 millones de años de la historia de la Tierra. Allí no había ni un solo animal. Solo microbios de distintos tipos. Pero, hace 540 millones de años, se habría visto desbordado de trabajo, porque durante un periodo relativamente corto la vida animal emergió y estalló en toda su apabullante diversidad. Es la llamada “explosión cámbrica”, y los científicos acaban de colocar en su sitio una de las piezas fósiles más enigmáticas que nos legaron aquellos tiempos de novedad evolutiva, de oportunidad y de muerte.

Los animales enigmáticos en cuestión se llaman hiolitos, y están tan extintos como lo pueda estar una obra de la madre naturaleza. Sus primeros fósiles se descubrieron hace la friolera de 175 años, cuando Darwin estaba aún lejos de decidirse a publicar El origen de las especies. Y su cuerpo es tan extraño que ha traído de cabeza a los paleontólogos durante más de un siglo. Tienen una concha cónica, una especie de tapadera (opérculo) que protege la parte ancha del cono y dos apéndices curvos, superficialmente parecidos a cuernos, a los que los paleontólogos conocen como helenos, por alguna razón.

Hasta ahora se los había clasificado como moluscos, como un grupo enteramente nuevo de animales o, peor aún, como incertae sedis (posición incierta), que es el eufemismo que usan los taxónomos para confesar que no tienen ni idea de dónde colocar algo. Joseph Moysiuk y sus colegas de las universidades de Toronto (Canadá) y Cambridge (Reino Unido) han estudiado 1.500 fósiles de hiolitos que guardaban dos museos y han resuelto el enigma.

  Los hiolitos no son moluscos, ni tampoco un taxón nuevo, sino miembros de un grupo bien conocido por los paleontólogos: los lofoforados. El nombre quiere decir que tienen una especie de cresta con tentáculos (lofóforo) que usan para comer. Moysiuk y sus colegas presentan la investigación en Nature.

“La gran mayoría de especímenes de nuestro estudio”, explica Moysiuk a este diario, “están preservados en el Museo Real de Ontario. Los más importantes de ellos provienen de dos yacimientos descubiertos hace poco en el Burgess Shale [esquisto de Burgess, en Canadá], conocidos como el cañón de Mármol y el glaciar Stanley. Los fósiles de estas colecciones, que nunca se habían estudiado hasta ahora, revelan muchas estructuras de tejido blando que no se habían preservado en otros yacimientos”.

Las partes de un animal que fosilizan mejor son las que ya están mineralizadas en vida, como la concha de un molusco, el exoesqueleto de un crustáceo o los huesos y dientes de un vertebrado. El santo grial de la paleontología es dar con ejemplares que preserven los tejidos blandos. De los 1.500 especímenes investigados por Moysiuk y sus colegas, nada menos que 254 han preservado los tejidos blandos. Ese tesoro paleontológico ha permitido a los científicos demostrar que los hiolitos tenían una cresta con tentáculos (lofóforo) muy similar a la de los lofoforados, lo que ha rescatado a estas criaturas del infame título de incertae sedis.

El papel del esquisto de Burgess
El Burgess Shale, o esquisto de Burgess, es un icono de la biología evolutiva. Situado en las Montañas Rocosas canadienses, en la Columbia Británica, y formado sobre todo por esquistos negros, fue descubierto en 1909 por el gran paleontólogo estadounidense Charles Walcott, que volvió allí todos los años hasta su muerte en 1924 y recogió más de 60.000 fósiles que sentaron los fundamentos de la explosión cámbrica.
La taxonomía (clasificación de los seres vivos) consiste en una jerarquía que agrupa las especies en géneros, los géneros en familias y luego en órdenes, clases y filos. Los filos (o phyla) son por tanto grupos enormes, que se definen por el plan general de diseño (bauplan, en alemán) de un gran número de especies. Walcott clasificó las extrañas criaturas del Burgess Shale en los filos conocidos (moluscos, artrópodos, cordados…), en lo que, muchos años después, el famoso evolucionista neoyorkino Stephen Jay Gould desacreditaría como “el calzador de Walcott”.

Para Gould, aquellos enigmáticos fósiles representaban weird wonders (prodigios extraños), ecos de filos completamente distintos de los conocidos, experimentos fallidos de la evolución primigenia de los animales.

Pero las investigaciones de los últimos años han dado más la razón a Walcott que a Gould. Moysiuk explica: “Muchos de los prodigios extraños de Gould, fósiles de aspecto estrafalario que parecían eludir toda clasificación, tienen ahora su lugar en el árbol de la vida, como ramas laterales de los principales filos animales; tras 175 años de estudio, los hiolitos pueden ahora contarse entre estos últimos”.

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DESCUBREN TRILOBITES DE PATAS ESPINOSAS DE 478 MILLONES DE AÑOS

Científicos españoles encuentran en Marruecos fósiles de trilobites con sus apéndices y estructuras digestivas conservadas, algo excepcional


Si la palabra trilobites le suena a prehistórico no va nada mal encaminado. Son realmente antiguos. Estos artrópodos marinos abundaron durante 300 millones de años en todos los mares y océanos de la era Paleozoica (que va desde hace 541 a 252 millones de años). Entre las más de 20.000 especies conocidas, hay desde formas lisas a espinosas, y su tamaño variaba desde unos pocos milímetros a casi un impresionante metro de longitud.


















Eran muy comunes, pero, sin embargo, lo único que suele fosilizar de los trilobites es su caparazón dorsal, porque las patas, quitinosas, se descomponen junto con las partes blandas del organismo, sin dejar vestigio en los sedimentos. Sólo en una docena de lugares a nivel mundial se conocen trilobites que preservan apéndices y partes de su anatomía interna. Encontrarlos es como dar con una joya.
Abora, un equipo de investigadores españoles ha descubierto en la llamada Biota de Fezouata, un yacimiento excepcional en el sur de Marruecos, nuevos fósiles que pertenecen al periodo Ordovícico (485-443 millones de años) y que sí conservan las patas y las estructuras digestivas de la especie Megistaspis (Ekeraspis) hammondi, un trilobites de hasta 30 cm de longitud dotado de una larga espina caudal. El trabajo aparece publicado en la revista «Scientific Reports».
«Los apéndices conservan las dos ramas (locomotora y respiratoria) típicas de los trilobites, pero sorprende que por vez primera se detecte que los tres pares de patas locomotoras situados bajo la cabeza son espinosos, en tanto que las patas torácicas y pigidiales son lisas», señala Juan Carlos Gutiérrez-Marco, del Instituto de Geociencias (centro mixto del Consejo Superior de Investigaciones Científicas y la Universidad Complutense de Madrid.
Esa diferenciación ha dejado numerosas pistas fósiles por parte de muchos trilobites que excavaban con sus patas anteriores manteniendo la cabeza inclinada hacia abajo, dejando tras de sí un doble surco con los arañazos impresos por las espinas de estos apéndices anteriores.















Estas huellas fósiles son muy abundantes en torno al antiguo supercontinente de Gondwana durante el Paleozoico inferior. Las marcas de apéndices se alinean en conjuntos de hasta 12 arañazos paralelos, interrumpidos por ondulaciones transversas imputadas a maniobras de avance del organismo.
«Un ejemplar del mismo trilobites marroquí conserva un tubo digestivo en el que desembocan varios pares de glándulas digestivas para el procesado del alimento, y que se prolonga desde una parte ensanchada bajo la cabeza», describe Gutiérrez-Marco.
El yacimiento de la Biota de Fezouata, ubicado al norte de la ciudad de Zagora, es célebre por haber brindado en los últimos años fósiles espectaculares que recuerdan a la llamada Biota de Burgess Shale, del Cámbrico canadiense. Entre ellos destacan artrópodos nadadores gigantes (anomalocáridos, de hasta dos metros de longitud) y otros muchos seres de cuerpo blando que en condiciones normales nunca perdurarían.